Estaba realizando una búsqueda, cuando me topé con una foto titulada «Solitude». En ella, una mujer de pie al borde de un abismo, desnuda y cabizbaja. La postura de su cuerpo, una aceptación de derrota, de renuncia, de abrumador abandono. Denota soledad, tanto física como emocional. Está rodeada de oscuridad y, en medio de esa oscuridad, también se percibe lo que debe ser un ambiente húmedo y frío, o al menos así lo sentí yo al contemplar la imagen. Una cosa cambia la tónica de la foto: Cortando todo ese frío y toda esa penumbra, cortando con los niveles de negro y de gris, aparece un haz de luz, estrecho, pero potente.
Sentí que necesitaba observar más detenidamente esa imagen… Necesitaba zambullirme en el sentimiento, perderme en la sensación y no emerger hasta haber comprendido cómo fue que semejante imagen capturó mi atención de manera tan absoluta. Esta decisión acarreaba un alto grado de peligro para mí… ¿Qué tal si al sumergirme bajaba tanto que ya no pudiera regresar? Después de todo, no sabía cuán profundo sería ese abismo y debía admitir que, una vez más, estaba sola ante la penumbra.
Tendría que someterme a un interrogatorio riguroso que me permitiera conocer la contestación a la interrogante de por qué estaba contemplando esta idea. Y lo hice. ¿La respuesta? Silencio. Total. Absoluto. Así que dejé de preguntar y solamente escuché. Y en medio del activo ejercicio de escuchar, sentí cómo mi alma voló, casi desprendiéndose y también recordé aquellos tiempos en que atravesé sola la noche oscura del alma… Asustada, aterida de frío… desolada.
Sí.
Sucedió hace tanto tiempo que ya casi lo olvidaba.
Al salir de ese bosque denso y siniestro fui rodeada por tanta, tan cálida y tan maravillosa luz, que ya casi no recordaba los días de la eterna noche en que anduve por allí.
Y, sin embargo, heme aquí:
Una imagen, y ahí estoy, de regreso al borde del abismo.
Una imagen, y completo silencio… de ese que hiere los oidos.
Una imagen, y frío calando hondo, hasta el mismo centro del Ser.
Una imagen, y es casi inexistente el aire que llega a los pulmones.
Una imagen, y otra vez allí voy, desnuda y descalza bajo la lluvia helada.
Una imagen, y otra vez estoy a merced de los elementos.
Una imagen, y de vuelta a ese valle oscuro.
Una imagen, y otra vez el río de aguas turbias y pestilentes rodeándolo todo.
Una imagen. Una sola imagen y aquí estoy otra vez: a orillas del averno.
Doy un paso adelante, quedo casi junto a ella y tímidamente la miro. No la veo completamente, pero tengo la certeza de conocerla… Su larga cabellera echada hacia un lado -como negándole el favor de taparla del frío y la desnudez- me impide ver su rostro. Sus manos están apretadas a su espalda, como si se las hubiesen atado y el encorvamiento de sus hombros me hace sentir que está agotada y a punto de dejarse caer. Intento hablarle, pero de alguna manera me doy cuenta de que, aunque estamos una junto a la otra, no se puede decir con exactitud que estemos ocupando el mismo espacio y tiempo. Sigo la dirección que marca el ángulo de su cabeza y mis ojos se encuentran de repente mirando lado a lado la oscuridad y la luz… ¿Acaso es eso lo que ella hace? ¿Está intentando decidir entre una u otra?
Siento que debo hacer algo por ella, al menos llamar su atención y decirle que se enfoque en la luz, pero a la vez, sé bien que no dispongo de mucho tiempo. Debo salir de ahí pronto o resignarme a quedar atrapada también. Me concentro por un instante completamente en ella, necesito establecer el contacto y decirle que me siga… Me concentro, extiendo la mano y logro tocarla, la agarro por un brazo y cuando alza su rostro y me mira, me encuentro mirando mi propio rostro, mis propios ojos.
Horrorizada me pregunto cómo fue que llegué nuevamente allí. El frío se hace más intenso y la humedad más agobiante y el aire ya resulta casi irrespirable. ¿Qué hacer? La verdad es que ya me voy sintiendo cansada… ¿Será demasiado riesgoso recostarme a descansar un rato? La miro nuevamente y, quizás sean imaginaciones mías, pero me parece captar algo en su mirada… ¿Acaso un grito de ayuda? ¿Acaso una advertencia? No logro continuar mirándola, porque de repente noto que la oscuridad a nuestro alrededor de ha hecho más profunda y densa, casi puede tocarse… Pero así mismo, el haz de luz se ha ensanchado y se ha vuelto más radiante… Sí, la luz y la oscuridad se han cansado de esperar por nosotras y exigen una respuesta.
Contemplo la penumbra y siento cómo me golpean todos los recuerdos de mi noche oscura del alma… cada pena, cada tristeza, todo el abandono, la soledad, el miedo, el frío, la desventura, la sed, el hambre, el cansancio sin tregua, el sueño sin descanso, la pesadilla de vagar sin conocer el camino…
Contemplo el haz de luz y se me antoja cual espada justiciera, puesta allí a mi disposición para que recuerde el triunfo al encontrar la salida, la maravilla de sentir mi cuerpo, mi mente y mi espíritu bañados en la más hermosa y cálida luz… La alegría de llevar esa luz hasta otros, la reconfortante seguridad que llegó con la certeza de que mi alma mora al abrigo de esa luz…
La miro nuevamente, y sonrío…
Ya no hay duda: no voy a descansar allí, esa idea es imagen ilusoria.
¡Ya hice mi elección!
¡Me voy!
Ella me mira y, por primera vez en medio del desolador silencio escucho algo…
¡Estoy escuchando sus pensamientos!
Me dice que comprende, que está bien… que me vaya.
«Pero, ¿de qué hablas? » La abrazo y agarro su mano firmemente: «¡Yo no me voy sola! ¡Vamos, sin miedo… A saltar!»
-¿A saltar? Pero, ¿para dónde?-
«¿Cómo que para dónde?»
¡Hacia la Luz!

¡HERMOSAMENTE GENIAL! ME DEJASTE MUDO…
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